lunes, agosto 29, 2005

Desesperación



" Hacía mucho calor entre las sábanas y le resultaba imposible adormecerse. Daba vueltas constantemente, cinco minutos de espaldas, después sobre el costado izquierdo, después sobre el derecho.
No se había calmado su sed. Se levantó para beber. Una inquietud lo sobrecogió: "¿Tendré miedo?".
¿Por qué su corazón latía locamente ante cada ruido familiar de su cuarto? Cuando el péndulo iba a sonar, el leve rechinar del resorte, al enderezarse, lo sobresaltaba; y era preciso abrir la boca para respirar unos segundos mientras duraba la opresión.
Empezó a razonar consigo mismo sobre esa posibilidad: "¿Tendré miedo?".
[...] De pronto, una necesidad singular de mirarse en el espejo se apoderó de él. Encendió la lámpara. Cuando vio su rostro allí reflejado, apenas se reconoció; llegó a parecerle que nunca se había visto. Sus ojos le parecieron enormes; estaba pálido, ciertamente, muy pálido.
"Pasado mañana, a esta misma hora, tal vez estaré muerto."
Su corazón se puso a latir furiosamente.
"Pasado mañana, a esta misma hora, tal vez estaré muerto. Esta persona que está frente a mi, ese que veo en el espejo, ya no estará. ¿Cómo es posible? Estar aquí, ahora, mirándome, sintiéndome vivo, y en veinticuatro horas terminar acostado en esa cama, muerto, con los ojos cerrados, frío, inánime, desaparecido...
Volvió a su cama y se vio de manera distinta, tendido de espaldas en esas mismas sábanas que terminada de dejar. Tenía ese rostro hueco de los muertos y esa suavidad de manos que ya no volverán a moverse.
Entonces sintió miedo de su cama y, para no tener que mirarla, se dirigió a la sala de fumar."
Guy de Maupassant, Relatos, "Un cobarde", pág. 162.